2022/12/13

Solo Changos haciendo nuestra Chamba

Todavía no sé si este ciclo de supervivencia y demostración en el que vivimos nos hace bien o mal.

Y tal vez ni siquiera sea útil pensarlo en términos éticos.

Somos simplemente Changos Urbanos —changos del montón, comunes y corrientes— repitiendo rutinas, esquivando peligros, haciendo lo necesario… y queriendo, siempre, demostrar que somos más que el de al lado.

Esa parece ser nuestra naturaleza.

Y este espacio, La Chamba del Chango, no viene a juzgarla. Solo a observarla con curiosidad, como quien se rasca mientras ve pasar la jauría.

Los monos hacen su chamba: sobrevivir, vivir lo más posible, dejar descendencia y asegurarse un lugar en el charco genético de su especie.

No es tarea sencilla. Requiere esfuerzo constante, instinto afilado, y una evolución que, aunque lenta, ha sido su gran aliada.

Porque sí: detrás de cada salto, de cada alimento encontrado o cría protegida, hay una lógica implacable.

Sobrevivir y perpetuarse.

Lo demás —placer, estética, conciencia— vino después. O eso creemos.

Cada vez que un mono satisface un deseo, está cumpliendo su función evolutiva.

Disfrutar de alimentos dulces, por ejemplo, le da las calorías necesarias para seguir activo y atento. Buscar placer sexual no es solo gozo: es estrategia para trascender su propia muerte a través de los genes.

Y vivir en comunidad le permite enfrentar peligros que, solo, no podría resolver.

Nada de esto es capricho.

Todo está al servicio de la supervivencia.

Hasta el gusto por lo sabroso.

Y aquí estamos: los Changos Urbanos, con el mismo hardware que nuestros ancestros peludos, pero viviendo entre concreto, pantallas y listas de pendientes.

Nos creemos distintos. Evolucionados.

Tan arrogantes que hablamos de “naturaleza” y “humanidad” como si fueran cosas separadas. Como si nosotros no fuéramos parte del mismo ecosistema que miramos con lástima, culpa o superioridad.

Como si el mono se hubiera bajado del árbol…

y subido al ego.

Sí, como Changos Urbanos hemos superado algunas carencias:

las calorías ya no escasean, la reproducción ya no es solo para perpetuar la especie, y el placer ha dejado de ser un medio para convertirse en un fin.

Pero seguimos invirtiendo enormes cantidades de energía en sobresalir y conseguir dulces simbólicos.

Aprobación. Reconocimiento. Seguidores. Éxito.

Una nueva dieta de placeres que no alimentan, pero calman.

Hemos construido contextos placenteros pero estériles:

la competencia ya no elimina al rival, los dulces no nutren, el sexo no engendra.

Y aun así, seguimos desesperados por sobresalir, por dejar de ser un chango del montón.

Nos aferramos a símbolos de éxito sin darnos cuenta de que ni siquiera quienes admiramos —los llamados “Simios Superiores”— han dejado de ser changos haciendo su chamba.

¿O realmente creen que Elon Musk y Bill Gates son menos changos que nosotros?

¿Más cercanos al humano ideal, más evolucionados, más otra cosa?

Quizá solo son simios bien entrenados jugando en ligas más visibles.

La búsqueda incesante de éxito y validación nos ha llevado a estudiar con devoción casi religiosa a esos supuestos Simios Superiores.

Copiamos sus rutinas, leemos sus libros, consumimos sus marcas, como si bastara replicar sus gestos para transmutar de chango a iluminado.

Qué equivocados estamos.

Ese impulso por demostrar superioridad simbólica —más que por mejorar de verdad— nos lleva, muchas veces, a un estado de obediencia inconsciente.

Nos volvemos imitadores compulsivos, no exploradores.

Y en ese afán de escalar jerarquías imaginarias, olvidamos nuestra verdadera naturaleza: la curiosidad, la adaptación, la evolución.

Los monos son curiosos, resuelven problemas con agilidad, se comunican, aprenden unos de otros.

Y nosotros, los Changos Urbanos, también.

Exploramos, improvisamos, inventamos soluciones. Gracias a eso levantamos esta jungla de concreto, asfalto y algoritmos. Paso a paso. Rama a rama.

Pero seguimos aferrados a la lógica de la supervivencia, como si el peligro estuviera detrás de cada semáforo.

Como si no supiéramos que muchas de las amenazas ya se resolvieron… al menos para algunos.

Y sin embargo ahí estamos: repitiendo rutinas, corriendo por dulces, temiendo la caída.

Atrapados en un terrible uróboros que, si lo miramos con calma, resulta cómico.

Una serpiente que se traga la cola, creyendo que avanza.

Somos Changos Urbanos haciendo la Chamba del Chango.

Quizá esta sea una descripción precisa de lo que somos.

O tal vez solo un estereotipo con pelaje narrativo.

Pero por ahora, mirar la comedia cotidiana —ese teatro absurdo donde intentamos superarnos sin saber muy bien hacia dónde—

puede ser el primer paso para romper el ciclo.

No para volvernos “Superiores”.

Sino para reconocer lo que somos… y seguir perfeccionando la coreografía sin perder la risa.

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