2022/11/24

Un chango del montón

Dicen —solo dicen, sin que eso importe si es cierto o no— que si pones a un número indeterminado de changos a escribir en un número indeterminado de máquinas de escribir, durante un tiempo igualmente indeterminado, eventualmente te entregarán todas las obras literarias, científicas, técnicas… en todos los idiomas.

Tarde o temprano, esos changos podrían escribir Romeo y Julieta. O, con la misma probabilidad, Juventud en Éxtasis.

No digo cuál es buena y cuál es mala. Mi pequeño fascista intelectual lo tiene clarísimo, pero no es momento de abrir esa jaula.

Lo interesante es la idea de fondo: si generas todas las combinaciones posibles, accedes a todo lo que puede conocerse, imaginarse o recordarse. El conocimiento como estadística. La verdad como variante.

Y aunque suena teórico o ridículamente abstracto, esta idea nos atraviesa la vida cotidiana más de lo que creemos.

¿Lo dudas?

Piénsalo: así funciona un hacker cuando intenta descubrir una contraseña. Prueba combinaciones una tras otra hasta que el azar, o el patrón, le concede la entrada.

¿Nunca lo hiciste tú con aquel clásico portafolios Samsonite de la primaria?

0000, 0001, 0002… hasta que ¡clac! se abría el mundo (o tu lonchera).

Podías intentar todas las combinaciones del 0000 al 9999. Claro, con algo de ingenio podías reducir opciones, pero la lógica base era la misma: variar dentro de un rango cerrado hasta dar con la solución.

Nuestro cerebro hace eso todo el tiempo.

Cada día.

Sin que lo notemos.

Cuando resolvemos un rompecabezas, por ejemplo, tomamos una ficha y la vamos girando mentalmente hasta que creemos que puede embonar. Solo entonces la probamos. Repetimos este ciclo de ensayo, memoria y ajuste… hasta resolver la imagen.

O cuando cruzamos la ciudad de Satélite a Coapa: buscamos rutas posibles, combinaciones de calles, atajos, alternativas al caos. En el fondo, nuestra mente ejecuta algoritmos empíricos a partir de prueba, error y recuerdo.

La parte verdaderamente interesante ocurre cuando una de esas combinaciones funciona.

Cuando algo se acomoda.

Cuando una solución nos saca del problema.

Entonces… la guardamos.

Y la repetimos.

Y la repetimos.

Y la repetimos.

Hasta que deja de funcionar.

Y entonces —otra vez— buscamos una nueva combinación.

Eso es inteligencia: la capacidad de generar variantes, probarlas y recordar las que nos han servido.

Todo lo demás son efectos especiales.

Y ahora volvamos al salón de los changos mecanógrafos.

Fíjate en ese que se detuvo.

Que dejó de escribir un momento y se está rascando la oreja con lentitud, como si entendiera algo que los demás aún no.

Tal vez piensa que esa actitud reflexiva lo vuelve especial.

Tal vez cree que dejar de escribir lo distingue.

Tal vez solo le pica.

La verdad es que todos los changos están haciendo lo mismo, por los mismos motivos.

Golpeando teclas.

Probando combinaciones.

Esperando que algo funcione.

Y sí: ese chango que se detuvo y se rascó… soy yo.

Un chango urbano más.

Uno que intenta entender cómo sobrevivimos en esta ciudad de concreto, horarios y plazos sin selva.

Uno que fue cazado (tenía que hacer el chiste), que tiene tres changuitos, que sigue buscando estrategias para mantenerse vivo sin perder la risa.

Te doy la bienvenida a este espacio:

La Chamba del Chango.

Un sitio para ruidosos, desesperados, contradictorios.

Aquí todos estamos buscando algo… sin saber exactamente qué.

Tal vez unos olemos más feo que otros.

Tal vez unos trepan más alto.

Tal vez unos tienen bananas de marca.

Pero al final, todos somos changos urbanos.

Y siempre se agradece tener un pretexto para reírnos de nosotros mismos…

y pensar en algo que no sea el tráfico, el trabajo, las marchas o los otros datos.

Del Extractivismo a la Autenticidad: Crisis y Transformación del Trabajo

  La Ilusión de Progreso La clase media global creció de 1.8 mil millones en 1990 a más de 3.5 mil millones de personas hoy. Celebramos est...